Hay días en los que no te reconozco,
en los que desconozco tu forma y tu esencia.
Y ese primer beso robado.
Días en los que tu mirada
me invita a no hacer nada,
a huir de ti y de esto que nos rodea.
Días que quisiera volar.
Pero no por los edificios más altos,
sino por praderas y ríos.
Hacer como si no te hubiera conocido
y regodearme en mi feliz ignorancia.
Pero luego recapacito, pienso.
Divago entre tus besos y tu risa.
Entre los rizos de tu pelo
y las yemas de tus dedos.
Y me pregunto, por qué.
Por qué habré temido que llegue el frío
y me abrace,
cuando son tus brazos de un cálido sonido
como tu voz y tus susurros al oído
esas noches en las que todo está oscuro,
y es tu suave respiración
la que me acerca a la aurora.
Porque odio esos días en los que,
desde otra perspectiva,
nada es igual,
y me ahogo en el hastío de la inexistencia
de la ausencia de la razón,
y de ver cómo este corazón
regresa al mundo roto de las pasiones sin sentido.